por Mariela Cuadro*
La situación en Siria es presentada a través de disyunciones
exclusivas: democracia o autoritarismo, intervención o respeto del principio de
igualdad soberana, cambio o continuidad. Así planteados, estos hamletianos
enunciados buscan construir cierta lectura de la situación siria en particular,
pero también de la más amplia “Primavera árabe” en general y, aún más, apuntan
a un determinado orden mundial. En efecto, es posible leer las posturas de los
países liberales que apoyan a los “rebeldes”, bajo el prisma del liberalismo
internacional y su concepción del rol que en él juega la democracia liberal.
Según Foucault, el
liberalismo como modo de ejercicio de poder (y no como ideología) se
caracteriza por ser un consumidor de libertad. Efectivamente, lleva en su seno
el mandato de lograr el menor gobierno posible, apuntalado sobre la libertad de
los sujetos, constituidos como individuos. Ahora bien, continúa Foucault, si
quiere consumirse libertad, es necesario producirla… y organizarla. Es decir,
que no es posible hablar de la libertad en tanto universal, sino que es
menester ubicar sus rasgos particulares: de qué libertad se está hablando
(libertad de circulación, libertad de compra y venta, en todo caso, libertad de
expresión, etc.). Siempre desde la óptica del filósofo francés, el
neoliberalismo vendría a completar esta lógica cargando sobre los hombros de
los individuos la administración de su propio riesgo [1]. Así, se elimina cualquier
comprensión ligada a condiciones estructurales al interior de las cuales las
vidas de los individuos se despliegan.
Ahora bien, contrariamente a lo que suele entenderse por
neoliberalismo, Foucault plantea que el gobierno tiene un rol fundamental que
jugar en él, pues es el encargado de expandir los mecanismos de mercado
(mecanismos competitivos que comprenden a cada individuo como una empresa
auto-gestionada) a toda la esfera social. De ahí que Foucault lo llame «liberalismo
positivo». Y de ahí también que el intervencionismo sea fundamental. Lo que
caracteriza al intervencionismo (neo)liberal es el cómo de su intervención,
pues, al no poder intervenir directamente sobre el mercado y la economía (la
teoría de la «mano invisible» de Adam Smith busca, precisamente,
eliminar la idea de un soberano económico), interviene sobre el marco, el
ambiente. Foucault caracterizará entonces al neoliberalismo como un «máximo
de intervencionismo jurídico y un mínimo de intervencionismo económico» [2].
Las últimas
intervenciones militares que han tenido lugar en Medio Oriente, y también en
Afganistán, responden a esta lógica: una intervención jurídica sobre las
instituciones y las reglas del juego en general que da paso a una apertura
total de la economía. Bajo este prisma, la instauración de la democracia no
sólo cumple una función retórica que oculta intereses inconfesables, sino que
tiene que ver con un específico modo de intervención, ligado al gobierno
liberal mundial. De lo que se trata, en todo caso, es de la exportación
efectiva de cierto tipo de libertad que busca constituir sujetos individuales
capaces de gestionar sus propios riesgos. Si de lo que se trata es de producir
libertad para su consumo, los primeros momentos de esta producción suponen el
ejercicio de la violencia. Alemania y Japón luego de la Segunda Guerra Mundial,
América Latina y, ahora, Medio Oriente, son casos empíricos en los que un
Estado social y planificador es eliminado en pos de la instauración de
mecanismos de gobierno neoliberales. Seguir leyendo
* Licenciada en
Sociología en la Universidad de Buenos Aires. Magíster en Relaciones
Internacionales por la Universidad Nacional de La Plata (IRI). Becaria Conicet
(beca postgrado Tipo II). Doctoranda en Relaciones Internacionales en la
Universidad Nacional de La Plata (IRI). Coordinadora-Investigadora del
Departamento de Medio Oriente en el Instituto de Relaciones Internacionales
(IRI) de la Universidad de La Plata. Miembro-investigadora del Centro de
Reflexión en Política Internacional (CERPI).